Muchas son las maneras en que pueden agruparse las secuelas más habituales de las personas con daño cerebral adquirido.
El “Modelo de atención al Daño Cerebral”, documento técnico publicado por el IMSERSO y coordinado por el director de la Red Menni, José Ignacio Quemada, sugería una manera de clasificarlas que ofrecemos aquí de manera resumida. Aunque no agota el abanico de problemas posibles derivados de lesiones cerebrales, sí que recoge un altísimo porcentaje de las mismas.
Vemos a continuación las áreas que más frecuentemente se ven afectadas:
• Nivel de alerta
Es habitual que tras haber sufrido un TCE o un ictus severo se produzca el coma o alguna otra forma de alteración del nivel de conciencia, por ejemplo la confusión. En los casos graves el coma o los estados de mínima reactividad pueden durar días o semanas. En una minoría de los casos el “despertar” no se produce y la persona evoluciona a un estado en el que se distinguen las fases de sueño y vigilia, pero donde no observamos una capacidad de interacción. Esa situación recibe el nombre de estado vegetativo. El mantenimiento de este estado durante al menos seis meses hace que las posibilidades de reversibilidad del mismo sean muy escasas; en esos casos se habla de un estado vegetativo permanente.
• Control motor
Las lesiones en las regiones frontales y parietales de los hemisferios cerebrales suelen provocar debilidad en la parte del cuerpo contraria a la del hemisferio cerebral lesionado. Así, son frecuentes las hemiplejías (parálisis de la mitad del cuerpo) y las hemiparesias (pérdida de fuerza y destreza en la mitad del cuerpo). En casos muy severos puede verse comprometida la capacidad de mantener el control sobre los movimientos de la cabeza, la de mantenerse sentado sin apoyos, la de ponerse de pie sin ayuda o la de deambular.
En algunos casos el trastorno del control motor afecta a la deglución, es decir, a los movimientos automáticos que permiten tragar alimentos sólidos o líquidos. Esta dificultad para tragar se denomina disfagia. También puede haber trastornos en el control de esfínteres. Se presentan en diversos grados de severidad, desde la simple urgencia miccional hasta la doble incontinencia diurna y nocturna.
• Recepción de información
Hacemos referencia aquí a las alteraciones en el funcionamiento de los diversos canales y sistemas de reconocimiento de la información. Se incluyen los canales sensoriales (vista, oído, equilibrio, olfato, gusto, propiocepción) y los sensitivos (tacto). La capacidad visual puede estar afectada por lesión a nivel de la corteza cerebral parieto-occipital, en algún nivel de las vías de transmisión óptica o en las fibras nerviosas que controlan la motilidad de los ojos. Las lesiones de la corteza parieto-occipital pueden producir trastorno del campo visual (hemi o cuadrantanopsia).
En los TCE con lesiones localizadas en la región más ventral de los lóbulos frontales la pérdida del olfato es habitual, lo que se denomina hiposmia o anosmia. La audición se ve afectada fundamentalmente en los TCE con lesiones en la región temporal, especialmente aquellos que cursan con fractura de los huesos que alojan las estructuras responsables de la audición. El sentido del equilibrio depende en gran medida de estructuras íntimamente relacionadas con el oído interno, por lo que esas mismas lesiones pueden afectar a esa importante función. El tacto nos permite notar que nos tocan, identificar el dolor y discriminar el calor o el frío. En un grado superior de elaboración de la información permite también percibir la forma de los objetos, su textura y consistencia.
Menos conocida aunque igualmente importante, la propiocepción reúne la información que recibimos del interior de nuestro cuerpo y posibilita, por ejemplo, que nos desplacemos sin necesidad de controlar visualmente el movimiento.
• Comunicación
La comunicación a través del lenguaje verbal o escrito se ve habitualmente afectada si se producen lesiones en el hemisferio dominante (en la mayor parte de las personas es el izquierdo). La persona puede tener dificultades para comprender el lenguaje verbal (afasia de predominio sensitivo) o ser incapaz de leer (alexia) o tener dificultades para emitir un lenguaje comprensible para quienes le rodean (afasia de predominio motor).
Estos trastornos del lenguaje no suelen presentarse aislados, sino que lo hacen asociados, predominando en unos casos los problemas de comprensión y en otros los de expresión. También son frecuentes los trastornos de la articulación del habla, es lo que conocemos por disartria. Este trastorno suele asociarse a trastorno de la deglución ya que se debe a la afectación de las mismas estructuras. En otras ocasiones es la propia emisión de voz la que se ve comprometida (disfonía).
• Cognición
La cognición hace referencia a las funciones psíquicas que nos permiten analizar la realidad circundante, aprender, reflexionar y tomar decisiones juiciosas. Técnicamente, hablamos de atención, concentración, orientación, memoria, capacidades visuoespaciales y funciones ejecutivas. Las utilizamos para tareas sencillas como recibir un mensaje y transmitirlo posteriormente, o para cuestiones más complejas como preparar un viaje. Algunos problemas cognitivos son transitorios y reversibles, tal es el caso de la confusión o amnesia postraumática que sigue al despertar del coma. Otros pueden ser más permanentes y condicionar la autonomía de la persona.
También es muy frecuente que las personas con daño cerebral tengan una conciencia muy reducida de las secuelas. Ello da lugar a tensiones con el círculo familiar, que trata de proteger a la persona con daño cerebral de iniciativas que pueden resultar irresponsables dadas las nuevas limitaciones.
• Emociones y personalidad
Es experiencia común para los profesionales que tratan con personas que han tenido un daño cerebral el constatar que dichas lesiones han dado lugar a cambios de personalidad, a pérdidas de la habilidad para relacionarse en sociedad y a desórdenes emocionales. Algunas regiones del cerebro, las zonas por encima de los ojos, por ejemplo, están claramente vinculadas a la conservación de una conducta social adecuada.
• Las actividades de la vida diaria
El concepto de actividades de la vida diaria no hace referencia a las funciones dependientes de una parte concreta del cerebro. Es el nombre con el que se agrupan las actividades más comunes que realizamos las personas diariamente. Se diferencian dos niveles de complejidad, las actividades básicas de la vida diaria y las actividades instrumentales. Dentro de las básicas se incluyen el aseo, el vestido, el control de esfínteres y los desplazamientos. Las instrumentales hacen referencia al manejo de la persona en la comunidad; el uso del transporte público, los bancos, la realización de compras o gestiones administrativas y el desempeño laboral son algunos ejemplos.